domingo, 13 de marzo de 2011

DÉCIMO OCTAVO GESTO: El domingo

-No day but today.
Johan Larson.

Los domingos siempre han sido días difíciles. Un domingo si no hay nada para hacer, mal. Si hay que trabajar, mal. Si hace sol, mal. Si llueve, peor. La angustia de domingo es un mal que aqueja a la gran mayoría de las personas, sin mucha discriminación.

Mi papá, en una metáfora que siempre me ha parecido curiosilla, decía que el para él el pitazo del árbitro dando por finalizado el fútbol de domingo, significaba el comienzo de la agenda del lunes. A mí la angustia de domingo siempre me ha aquejado (¡ni más faltaba!) pero hoy tomó dimensiones muy considerables. Los cuestionamientos llegaron muy muy lejos.

La angustia de hoy no es por no tener nada que hacer, ni mucho que hacer, ni porque llueva, ni porque haga sol. La angustia de hoy es porque el domingo se va a acabar y va a dar paso al lunes de la que probablemente será una de las semanas más difíciles de mi vida. Y seguro que me estoy sobreactuando como siempre. Pero es que cuando uno tiene un trabajo de mierda...

Los problemas empezaron hace siete años. Un día abrí los ojos para darme cuenta de que había abandonado la idea de ser artista para vivir la vida simple del profesional en ciencias sociales. Como todavía me creía muy alterna para estudiar derecho, entonces me decidí a estudiar ciencia política (la verdad no tenía ni media idea de qué se trataba o con qué se comía). Empaqué maletas y me vine a la capital. Entré a una Universidad prestigiosa y de pronto me di cuenta de que si bien todavía no sabía con qué se comía, la ciencia política me salía muy fácil. Como por ósmosis. Estudié. No voy a decir que no. Me esforcé y cinco años después me gradué con un cartón que decía en letra elegante: POLITÓLOGA (seguía sin saber de qué se trataba). Y entonces una serie acontecimientos sin importancia, se convirtió en el motivo de todos mis dolores de cabeza.

De pronto, otro día abrí los ojos. Ya no por cuenta propia, sino por causa de un despertador. En piloto automático, me metí a la ducha y cuando salí, me di cuenta de que no podía ponerme jeans y que tenía que dejar mi chaqueta de cuero para el viernes. Y que no había tiempo ni pa café. Y que tenía que meter a mi pelo crespo en cintura de alguna manera. Seguí en piloto automático. Llegué a una oficina en donde mi cartera tuvo que pasar por dos cordones de seguridad. Subí y me senté en mi puesto. Y era tan familiar. Había papeles con mi letra por todos lados. Y tenía un listado enorme de cosas por hacer. Y entonces todo fue muy claro: TENGO UN TRABAJO DE MIERDA.

Se me olvidó que quería cambiar el mundo. Se me olvidó que quería escribir. Se me olvidó que quería ser libre. Se me olvidó que odiaba las oficinas. Se me olvidó que quería tener mi propio parche. Se me olvidó que a mí nadie me grita. Se me olvidó que yo soy muy inteligente como para estar escribiendo cartas. Se me olvidó que quería leer. Se me olvidó todo.

Este fin de semana hizo un mes de esta revelación. Y yo todavía no he hecho nada. Lo único que he hecho es estar tirada en esta cama, todo el domingo, mirando pasar el tiempo y tratando de disfrutar cada minuto que tengo antes de tenerme que volver a poner el disfraz de politóloga, ahora más que nunca ignoro eso qué significa.

2 comentarios:

  1. Se nos olvida un poco vivir y todo lo que dijimos detestar el trabajo de oficina. Ya no tenemos tiempo para pensar en las cosas básicas y realmente importantes, ya no tenemos tiempo de no dormir por nuestros problemas, no dormimos por el caos de la oficina... y nos sentamos un viernes a comer con gente divinamente mientras se nos indigesta el almuerzo sin poder decir NADA.

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  2. Ojalá un día ese piloto automático de borracho estrelle fuerte contra un árbol y nos despertemos... espero para ese día no tener canas en mi pelo.

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