lunes, 1 de noviembre de 2010

DÉCIMO SEXTO GESTO: ¡Feliz cumpleaños, Medellín!

"...Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que todavía faltan por nacer."
-William Ospina. El viejo remedio.

Hace algunos años me fui de Medellín. Salí a estudiar y el regreso se me embolató un poco. Seis años para ser exactos. En este tiempo estando lejos han pasado muchas cosas: entré a la universidad y salí politóloga, ahora trabajo en cosas serias; los amigos han ido y venido, y ahora cada vez tengo menos en casa; he visto cambiar a mi ciudad, la he visto transformarse en una ciudad más bonita, más limpia y aparentemente, menos violenta.

Cuando me fui, había cosas que me molestaban profundamente. Pendejadas. Cosas a las que ahora no les pongo tanta atención. Sin embargo, hoy hay otras cosas que me molestan, cosas que me perturban mucho más y que espero con todo mi corazón que nunca me vayan a parecer pendejadas.

Medellín todavía es una ciudad muy violenta. Todavía mi gente se mata en las esquinas. Todavía hay muertos en las aceras y balaceras en las noches. La gente joven todavía compra armas para asesinar a otra gente joven. Lo más grave de todo, es que en Medellín esto parece no importarle a nadie. Los paisas somos regionalistas, es cierto. Pero a riesgo de sonar cansona, yo digo que es cuando nos conviene. Mientras nos dicen que nuestra ciudad es lo mejor, sonreímos de oreja a oreja y nos llenamos la boca de cosas hermosas. Pero si nos preguntan por las cosas que están pasando en casa, por los muertos, los toques de queda, las pandillas o los combos, bajamos (ojo que me incluyo) la cabeza y negamos saber algo. Claro, como esas cosas no salen en El Colombiano...

Pero sí señores. En la ciudad de la eterna primavera la gente se está matando. En el mejor clima del mundo, hay una generación exterminándose sistemáticamente a sí misma. Creo que como los alcohólicos o los drogadictos nos tocará decir que reconocerlo es el primer paso. Nos tocará aceptar que aunque hemos hecho esfuerzos sobrehumanos por destruir los estigmas de la ciudad (cosa que encuentro maravillosa, no faltaba más), la herencia de nuestra violencia pasada está acabando con un sector de nuestra ciudad. Nos tocara, señores, dejarnos de hacer los de la vista gorda. Porque hasta ahora decir que Medellín es el mejor vividero del mundo no nos ha servido de mucho.

La alegría del cumpleaños de mi ciudad, está empañada por tanta sangre. ¡Feliz cumpleaños, Medellín! Mi deseo con la velita es que ojalá en algún momento de la celebración nos quede tiempo para pensar qué hacer con vos y para reflexionar que tanta alharaca por tu cumpleaños sirve muy poco para que no sigamos reproduciendo las cadenas de violencia que han hecho que vos, la mejor ciudad del mundo, seás para muchos el valle de la muerte.

lunes, 25 de octubre de 2010

DÉCIMO QUINTO GESTO: Del amor fantasma (o la segunda parte de los mil ojos de argos)

Que aunque parezca extraño
Te quiero devorar.
-Tu silencio. Bebe.

El otro día buscando verdades para explicar mis angustias, tuve una revelación: para poder escribir necesito un amor frustrado. Generalmente, las verdades tienen la función de dejarlo a uno más tranquilo, pues explican bien toda una serie de cosas que uno tiene adentro. Pensé que mi amor frustrado, me lo había inventado como recurso para escribir. Un poco a manera de (aunque odio profundamente la expresión porque me parece mañé) "musa". Pasaron varios días. Días en los que respiré más tranquila y escribí muchísimo.

Después hablé con un amigo que había leído la primera parte de los mil ojos de argos. "¡Claro!" me dijo, "el concepto del amor fantasma es perfecto". Me emocioné mucho. Hablamos por horas del amor fantasma. Teorizamos al respecto de la sensación de posibilidad. Le dimos características al amor fantasma. Concluimos muchas cosas, entre ellas una muy importante: el amor fantasma no es fantasma porque se haya muerto. El amor fantasma, es fantasma porque todavía no ha sido visto. Entonces, quedé aun más tranquila. Estaba feliz con mi amor fantasma que me servía para escribir.

¡Pobre pendeja! yo dándomelas de escritora. Yo creyendo que todo vale la pena, si de eso ha de salir un buen texto. Yo haciéndome el pajazo mental de que nada importa, de que en realidad el corazón lo tengo roto para poder escribir, de que oigo canciones hasta la saciedad sólo para alimentar mi amor fantasma, y sentarme a poner palabras en algún papel. Tan ingenua que soy: si escribir siempre he podido. Y a quien engaño, cuando perfectamente sé que si me dijeran que mi amor fantasma se materializará un segundo, a cambio de nunca volver a escribir (si, así como la Sirenita), sin pensarlo dos veces, lo haría. Mandaría todo al carajo y me iría detrás de él.

De todas maneras, al menos por ahora, con el fantasma me conformo.


miércoles, 20 de octubre de 2010

DÉCIMO CUARTO GESTO: De los deseos...

"You can't always get what you want
And if you try sometime you find
You get what you need"
-The Rolling Stones.

Yo quiero un hombre que sea tierno, pero no empalagoso.
Yo quiero un hombre que sea adulto, pero no aburrido.
Yo quiero un hombre inteligente, pero no serio.
Yo quiero un hombre con buen humor, pero no un payaso.
Yo quiero un hombre que sea detallista, pero no forzado.
Yo quiero un hombre que sea un caballero, pero no machista.
Yo quiero un hombre que sea atractivo, pero no vanidoso.
Yo quiero un hombre que sea seguro, pero no pedante.
Yo quiero un hombre que sea encantador, pero no mentiroso.
Yo quiero un hombre que sea trabajador, pero no empeliculado.
Yo quiero un hombre que sea leal, pero no fiel.
Yo quiero un hombre que sea un misterio, pero no un visaje.
Yo quiero un hombre que sea pícaro, pero no malicioso.
Yo quiero un hombre que sea buen polvo.
Yo quiero un hombre que me escuche, pero con atención.
Yo quiero un hombre que me admire, pero profundamente.
Yo quiero un hombre que me acaricie, pero con todas las ganas.
Yo quiero un hombre que me bese, pero como si no hubiera mañana.
Yo quiero un hombre que me acompañe, pero que no me atormente.
Yo quiero un hombre que me quiera, pero sin ninguna duda.

domingo, 17 de octubre de 2010

DÉCIMO TERCER GESTO: De la normalidad

Nobody realizes that some people expend tremendous energy merely to be normal.
-Albert Camus.

He descubierto que actuar como un ser humano normal, no es tan fácil. Como todo, ha sido bien importante para mí ser diferente. Y no es que me crea alterna, ni muy rara, ni nada de esas pendejadas. Es que para mí es importante cuestionar las convenciones sociales, vivir de acuerdo a las que encuentro útiles y mandar al carajo las que no.

El otro día hablaba con alguien. Me dijo "deberías hacer un ejercicio de normalidad". Lo hice. Respeté las reglas de las buenas costumbres, tuve comportamientos dignos de mi mamá (en entradas anteriores he dicho que mi mamá es un estandarte de las buenas costumbres), fui madura, seria, responsable, entre otras cosas que me costaron muchísimo esfuerzo.

Evidentemente el ejercicio no duró mucho. Pero logré concluirlo como una princesa. Salí airosa de los dos días y medio en los que me propuse ser una señorita de bien. Ahora que se acaba el ejercicio y puedo volver a ser yo, he podido llegar a unas conclusiones que encuentro bien esperanzadoras.

Primero, las "buenas costumbres" son para cobardes. ¿Qué puede tener de bueno sonreír cuando uno no quiere, o saludar y ser efusivo cuando no le nace, o reprimirse de hacer lo que uno quiere?. Según lo que me ha enseñado la vida eso es hipocresía, falsedad de la más ruin. Prefiero mil veces pasar por maleducada, por petulante, por inmadura, por lo que sea, que volver a hacer buena cara cuando lo que tengo es unas ganas incontrolables de salir corriendo.

Segundo, la gente que se cree muy normal vive muy maluco. Caer en esos juegos de hipocresía mencionados anteriormente, hace que la gente que supuestamente es muy normal, cuando se toma dos tragos o altera sus sentidos un poco, vuelva a ser "anormal" y entonces vienen los ataques de honestidad y los problemas al otro día. Cuando se llevan las manos a la cabeza y le quieren pedir perdón a todo el mundo.

Tercero, la normalidad es muy aburrida. Rasgar vestiduras y actuar por impulso e instinto, hace parte de la vida. La hace más interesante, más bonita, facilita respirar, hablar, sonreír. Cuando uno guarda todos sus sentimientos, impulsos e instintos en virtud de la normalidad, se le pierden. Después uno va a buscarlos y se le olvida dónde los guardó. Y si nunca logra encontrarlos, entonces llega la desgracia. Y me refiero a la desgracia en su cuarta acepción: pérdida de gracia. Cuando una persona pierde sus instintos o impulsos o sentimientos, pierde su gracia. Y entonces deja de ser tan interesante. Pierde su humanidad un poco.

Así pues, con estas tres conclusiones vuelvo a estar tranquila. No porque sea muy diferente o muy anormal, sino porque vivo como me da la gana, de acuerdo a lo que me da la gana, pero sobretodo porque vivo con todas las ganas de las que soy capaz, con todos los problemas que eso pueda traerme.

lunes, 11 de octubre de 2010

DÉCIMO SEGUNDO GESTO: Amor que me dé los mil ojos de Argos

"Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa (...)" -Rayuela, Capítulo 93.

Quienes me conocen, saben que de un tiempo para acá ando con el cuento de encontrar el amor que me dé los mil ojos de argos. La idea, como muchas de mis ideas, la saqué de Rayuela. Rayuela, como ya lo he dicho en otras ocasiones es mi libro favorito. Casi una Biblia. Como todo, he peleado con él, lo he tirado a la basura, he jurado que nunca más voy a abrirlo... Pero siempre, siempre, siempre vuelvo, lo abro y encuentro en él algo maravilloso. Esta vez le tocó el turno al amor. Yo ya andaba algo decepcionada de todo el cuento del romanticismo barato. De hecho en alguna entrada en este blog ya había tratado el tema con sumo desprecio e ironía.

Y entonces ocurrió lo impensable: la vida me enseñó que así me crea demasiado inteligente para las aproximaciones romanticonas, siempre hay que rasgar vestiduras un poco, derramar una que otra lágrima, tomarse varios tragos a nombre de un amor perdido y hacer el ridículo de vez en cuando. Describir la experiencia a profundidad no vale la pena. Sería buenísimo que yo supiera escribir guiones, creo que la película podría ser una comedia divertidísima. El público reiría a carcajadas, lo sé. Lo que sí vale la pena decir, definitivamente, es que el amor de los mil ojos de argos llega a veces disfrazado de otras cosas.

Ahora bien, me pueden decir que estoy atrapada en el amor de libro. Me declaro culpable. Lo estoy. Y no sólo en el amor de libro. También sirve amor de canción, de película, de cuadro, de cualquier medio narrativo que saque al amor de sus escenarios convencionales. Me explico. Cuando hablo del amor de libro, ni por un segundo me refiero al amor de telebobela, que triunfa sobre los malos y que sufre cantidades, para al final proporcionarle felicidad y riqueza a los implicados. No me refiero tampoco a Rapunzel en su torre, esperando ser rescatada por el príncipe azul. Me refiero a otro tipo de amor. Amor del que rasga vestiduras, del que no deja respirar, del que es tan extraño que difícilmente puede tener explicaciones coherentes; no es "me gusta porque tiene el pelo rojo", es "me gusta y no sé por qué", es un amor que no es de llenar requisitos, no tiene límites, no hay razones, no se puede pensar, no hay explicaciones, no hay nada más que ganas de verse, de tocarse... entre otras. Lo más importante de este amor es que al principio, dolerá. Dolerá acostumbrarse a que es extraño. Dolerá ceder ante la eventualidad de no estar juntos. Dolerá sentir que se ha dejado ir por no saber que ese era. Dolerá cuando uno se da cuenta de que probablemente uno no le está dando los mil ojos de argos al otro. Dolerá ver al implicado cogido de la mano por la calle con otra. Dolerá sentirlo lejos. Dolerá profundamente cuando se cae en la cuenta de que no es correspondido.

Dolerá. Dolerá mucho. Pero si se logra superar ese dolor (porque nadie se ha muerto de amor), llegará el momento en el que el amor le dé los mil ojos de argos. Le enseñe a ver que hay otras maneras de querer. Yo por ejemplo, me di cuenta de algo muy bonito: el amor de libro se me fue convirtiendo en un fantasma. Es como si siempre estuviera ahí. Todos los días pienso en él. Se me cuela en todas partes. Pero para salir del periodo de negación (cuando uno no quiere saber nada del sujeto, supuestamente), y para evitar que se teja el nudo en la garganta cuando por cualquier motivo surgen situaciones relacionadas con él, lo que hice fue escribirle. Escribirle cartas larguísimas. Unas con rabia, unas arrepentimiento, unas con un poco de todo. Nunca se las entregué. Tal vez nunca lo haga. Pero la vida me ha enseñado que haber sentido eso, tan fuerte, tan irracional, aunque fuera sólo un momentito ha valido la pena. Me hizo sentir viva. Me hizo dejar atrás cosas que no quería. Me da autoridad para hablar sobre el tema con los demás. Además, me enseñó a escribir cartas, algún día puede ser que haga algo con ellas. Y como si fuera poco, me sirvió para escribir esta entrada de blog.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

DÉCIMO PRIMER GESTO: El pasado.

Dice mi abuelita, a cada rato, que todo tiempo pasado fue mejor. Ella no lo duda ni por un segundo: tenía la piel lozana, las piernas fuertes, los ojos brillantes, y toda la vida por delante. Le tiembla la voz cuando habla de su juventud, de cuando conoció a mi abuelo, de cuando se casaron, de cuando nacieron mis tías. Habla con una nostalgia infinita de cuando él estaba vivo y eran felices. Y no es que ahora mi abuela no sea feliz: vive tranquila, juega cartas con sus amigas y recibe la visita de sus hijos y nietos. Pero a leguas se le nota que añora mucho el pasado.

Yo estoy bien lejos de mis 77 años, y sin embargo no puedo evitar sentir un poco de nostalgia por el pasado. En estos días, cuando las vidas de todos empiezan a cambiar (trabajos, matrimonios, hijos), yo a veces siento que quiero volver atrás. Y no es que quiera volver a ser chiquita, ni mucho menos adolescente (¡válgame dios!), pero a ratos me dan ganas de volver a otros momentos, no tan lejanos. Mi pasado no fue mejor. Eso no es lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que a ratos se me alborota la añoranza. Por ejemplo me acuerdo de mi último año de colegio, cuando todo era tan definitivo, cuando iba a decidir qué iba a ser cuando fuera grande, cuando me iba de la casa, y no sabía qué iba a pasar. También me acuerdo de mi primer semestre de universidad, cuando creía que era grande, que ya podía con todo, que era madura, y que todo iba a estar bien. También me acuerdo del año pasado, cuando era tan feliz, cuando disfrutaba de trasnochar quejándome en twitter porque no terminaba la tesis, cuando estaba empeñada en jugar a ser completamente libre, cuando creía en la gente.

Y no es que ahora no sea feliz. Es que cada momento que pasa me siento más grande. Me dan ataques de responsabilidad, cada vez duermo menos. Y aunque soy una niña y creo que siempre lo seré, a ratos me atrapa como la nostalgia y me acuerdo de cosas que en realidad deberían quedarse guardadas, no porque sean malos recuerdos sino porque hay heridas que no han sanado tanto, y a veces, cuando tengo frío, me arrugan un poco el corazón.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

DÉCIMO GESTO: La paranoia.

No sé en realidad si esta entrada se debería llamar así. La situación empieza así, pero termina teniendo otra serie de implicaciones. De todas maneras, es la única palabra que se me ocurre para describir un fenómeno extraño que me sucede a ratos y que quiero poner en palabras a ver si de una buena vez lo erradico de mi vida. Pasa que cuando por ejemplo espero una llamada con ansiedad y me doy cuenta de que llevo un rato sin mirar el teléfono, o que por alguna razón lo tengo en silencio, o que se apagó, o que por confabulación de la naturaleza contra mí y mi llamada mi teléfono no tiene señal en ese momento... justo ahí en ese brevísimo lapso de tiempo que pasa entre el recordar la llamada y el momento en el que miro, o prendo, o arreglo el bendito aparato, se me ocurre que sólo por haberme dado cuenta de mi ausencia de teléfono y única y exclusivamente por haberme acordado de ella, la maldita llamada no sucederá nunca. Me explico (y sigo con mis ejemplos acomodados alegremente): el niño le dice a la niña "te llamo mañana", la niña espera con ansias la llamada del niño, mira su celular varias veces, la niña empieza a jugar con las otras niñas, hablan entretenidamente. La niña se olvida de la llamada del niño. El celular de la niña se descarga. La niña se da cuenta y lo conecta. Ahí pueden suceder dos cosas: 1. La niña se acuerda de la llamada en el momento en el que conecta el celular (en este caso, nunca llegará el mensaje que dice: "usted ha recibido una llamada deNIÑO"; 2. La niña olvida la llamada para siempre (en este caso, tan pronto como termine de prender el teléfono llegará el mensaje que dice: "usted ha recibido una llamada de NIÑO").

Esta paranoia tiene muchas otras implicaciones. Por ejemplo cuando pienso que va a pasar algo malo e inmediatamente pienso "tranquila, todo va a estar bien", a continuación pienso "ya nada va a estar bien porque yo pensé que todo iba a estar bien". Es un poco exagerado, lo sé, pero últimamente me pasa con todo... y no es que yo piense que el mundo está contra mí, es que hay situaciones que no son tan agradables y que pasan a diario. Por ejemplo, haber decidido olvidarse de alguien y verlo hasta en la sopa, no querer saludar a alguien y encontrárselo justo ese día y de frente, quererse poner un vestido al que le cayó vino y uno no se había dado cuenta. Todo lo anterior es llevadero, lo que sí es ABSOLUTAMENTE insoportable es lo contrario: querer ver a alguien y no verlo en ningún lado, esperar una llamada que nunca llega, mirar fijamente a alguien esperando un saludo que no sucede, o simplemente acordarse de alguien que uno está seguro que de uno, no se acuerda NUNCA.

domingo, 15 de agosto de 2010

Noveno gesto: Medellín (segunda parte)

"...Fueron amores, tan diferentes, violentos, puros, renovadores, al recordarlos mirando el valle de tu paisaje, fueron tus ojos los que me hicieron beber el verde de tus montañas, cantar la tarde del aire tibio de tu belleza...."
-Claudia Gómez. Recuerdos de Medellín. Bambuco


Hace cuatro meses no venía por estos lares. La última vez salí de acá con un nudo permanente en la garganta y dije "va a pasar mucho tiempo, antes de que yo vuelva a este pueblo de mierda". Y es que esa semana santa, que de santa no tuvo nada, los planetas se habían alineado para que yo estuviera aburrida... muy aburrida. Y entonces, nunca volver fue la opción más sensata en ese momento. Y es que Medellín me estaba pateando el trasero. En cada esquina había algo o alguien recordándome una cantidad de cosas que yo estaba tratándome de sacar de la cabeza en ese momento.

Pasaron los meses y yo hice de todo por no tener que venir, que el trabajo, que un viaje, que no quiero, que no tengo nada que hacer allá, que me da fastidio, que hay alguien que no quiero ver, que no tengo amigos allá, que mis papás vinieron a visitarme y ya los vi, que no tengo plata... Cuando se me acabaron las excusas, compré un pasaje y me vine a mí pueblo. Muerta del susto, me bajé del avión, llegué a la casa de mis papás y respiré el aire de Medellín. Y todavía era menos denso, y todavía respirar era más fácil, y todavía escribir era más natural, y todavía la casa de mis papás me reconfortaba. Y salí a las calles, y vi a la gente que quiero. Y todavía eran mis amigos, y todavía se alegraban de verme, y todavía el clima me parecía increíble, y yo todavía reía a carcajadas sentada en un muro. Y aunque ahí estaban: el traqueto, la grilla, el accesorio blanco, los cabezas de paja por el pelo teñido, la ombliguera, el polyester, la chancla de fique, y todas esas cosas que a mí me dan un poco de vomito, yo todavía era feliz en Medellín.

Lo anterior, evidentemente no quiere decir que vaya a volver... no, para yo poder amar a Medellín tengo que estar lejos. Pero esta pequeña visita me sirvió para hacer las paces con mi pueblo, y para dejar de asociarlo con mis odios y mi tristeza. En conclusión, no canto victoria, pero esta vez me fue bien: otra vez soy feliz en Medellín.

martes, 10 de agosto de 2010

Octavo gesto: de la razón...

"ni que fuera hija de la peor mama"
-dicho de mi mamá


Por mi personalidad, odio no tener la razón. Cuando voy perdiendo en una discusión subo la voz o acudo a la ironía para desbaratar a mi contrincante. Cuando definitivamente la platica se perdió, simplemente me retiro con ínfulas de grandeza y una cara de incomprendida, como para apelar al último recurso: hacer pensar a mi contrincante que si no me entiende es porque simplemente es un ignorante de mierda.

Cuando se trata de mi mamá, la cosa empeora. Darle la razón a la mamá, es una de esas cosas que creo que a casi cualquier humano le da mucha dificultad hacer, por lo menos en voz alta. Como cuando uno era chiquito y no se amarraba los cordones "¡CUIDADO! SE VA A CAER" más se demoraba la mamá en decir eso, que uno en estarse mirando la rodilla raspada. O cuando, generalmente ya más grande, la mamá le dice a uno "Lleve saco, va a llover" y uno no le hace caso, y tan pronto llega a su destino, suena el trueno que anuncia que como casi siempre, mamá tenía razón. Además, la sal de mamá es verídica. "No lleve carro que se lo roban", tome su susto a las 3am porque le robaron el carro. "Ese niño no le conviene" tome sus 10 litros y medio de lágrimas llorando al niño ese. De esa manera, la vida se va encargando de demostrarle a uno que tiene que hacerle caso a la mamá, a como dé lugar.

Pero como además de todos mis defectos, soy terca, siempre me había empeñado en no hacerle caso a mi mamá, sobretodo cuando se trataba de temas sentimentales. Yo siempre sentí que mi mamá y yo teníamos maneras muy distintas de ver la vida, principalmente las relaciones con los hombres. Sin embargo, hoy, a mis 25 años, sentada en la casa de mi mamá, debo reconocer algo importante: MI MAMÁ SIEMPRE TUVO RAZÓN.

Desde que tengo uso de razón, mi mamá se ha empeñado en hacerme entender que a los hombres no les gusta que los quieran. Ojo, uno siempre puede querer a los hombres, pero en el mundo de mi mamá no debe demostrarlo tanto. Mejor dicho, el justo medio: ni tanto que queme el santo, ni tampoco que no lo alumbre. Definitivamente ahora logro concluir que si le hubiera hecho caso a mamá, todo sería más simple. Si desde el principio hubiera logrado entender que a los hombres les encanta que los hagan sufrir, y por eso se portan mejor, me hubiera evitado muchos líos. Ejemplo 1: la niña tiene novio, o chico o lo que sea; el niño (que no es el novio) quiere estar con ella; la niña está confundida, no sabe si despachar al novio, o chico o lo que sea, para estar con el niño; el niño, insiste; la niña echa al novio, o al chico o a lo que sea; la niña busca al niño; el niño se alegra profundamente, pero ahora es él quien está confundido. Conclusión 1: es altamente probable que si la niña nunca hubiera terminado con el novio, o chico o lo que sea, el niño la hubiera querido para siempre. Ejemplo 2: la misma niña, el mismo niño; el niño aclara sus ideas, concluye que la quiere; la busca; la niña ahora nuevamente está confundida; el niño insiste, la niña cede; el niño y la niña están bien; la niña enloquece un poco (la edad) no sabe qué quiere, no sabe si quiere estar con él; la niña se lo dice de frente (es de buena educación decir la verdad); el niño la quiere profundamente, sufre en silencio porque la niña duda si quiere estar con él, le parece increíble que quepa la menor duda si él siente que ese amor es tan fuerte, tan puro, tan de verdad; la niña cae en la cuenta de su error (nuevamente es la edad); busca al niño, están bien... el niño se olvida de tanto amor, el niño se olvida de hacerla feliz, el niño se olvida de hablarle... ella le da las señales, trata de hablar con él, le manda cartas, correos, señales de humo, él no se da cuenta de que ella todavía está ahí. Conclusión 2: es altamente probable que si la niña dudara del amor que siente por el niño, el niño estuviera constantemente recordándole que la quiere y que quiere estar con ella.

Así, con estos dos ejemplos acomodados a mi antojo (porque es mi blog), puede verse claramente que si las niñas les dicen a los niños que los quieren, que quieren estar con ellos, o cosas por el estilo, los niños generalmente se olvidan de que si bien uno los quiere, también hay que cuidar las cosas y nunca, nunca olvidarse de hablar... Y no es que yo crea en los amores perfectos... es que simplemente he concluido, después de los años que cuando mi mamá me decía: las niñas no llaman a los niños, tenía mucha razón. Y pobre de mí, que en mi infinita estupidez, siempre pensé que el amor era de parte y parte....

jueves, 7 de enero de 2010

Séptimo gesto: del sexo y la sinceridad

"por ese roto se han ido hasta misiles"
-refrán popular antioqueño (?)



El otro día hablando con una amiga concluimos que los hombres dicen cualquier cosa para conseguir lo que quieren (lo que quieren generalmente es llevárselo a uno a la cama). Con el acceso que he podido tener al mundo masculino, he concluido que esto es sólo el inicio del proceso, la punta del iceberg, pues cuando han conseguido lo que quieren dicen aún más estupideces cuando lo tienen a uno entre las piernas (esto último me lo dijo mi hermano o sea que tiene origen en una fuente confiable). Lo que yo no entiendo y nunca he podido entender es porqué ellos que son tan frescos, tan relajados, tan importaculistas, no entienden que esos trucos baratos no son necesarios con todas las mujeres. Yo, personalmente, apreciaría más que el sujeto venga y me diga: "hey! qué más? vos me parecés una mamacita, echémonos un polvito". Porque lo cierto del caso es que probablemente yo también quiera sólo eso, pero si el sujeto me dice cosas bonitas, me promete el cielo y la tierra, y a mí por alguna extraña razón el tipejo me gusta un poco, lo más probable es que a mí se me enrede la cabeza. En conclusión, a lo que me refiero es a un poco de sinceridad y respeto, si lo que quiere es comerme, dígalo, simple y llanamente, pero por favor no me enrede la cabeza si nunca me va a volver a llamar, no diga pendejadas.

Los hombres se quejan porque las mujeres se quieren casar con el primer imbécil que aparezca. Hay mucha tonta por ahí que quiere conseguir marido, eso no lo pongo en duda. Pero también hay mucho tarado que le enreda la cabeza a uno, con el único fin de echarle un polvo. En este último caso, de quién es la culpa, de la vieja por empelicularse? o del man por tener que inventar tanto para echarse un polvito? yo sólo me pregunto.