domingo, 25 de septiembre de 2011

Este blog lo migré a wordpress, si quiere leer lo nuevo (aunque todavía se demora), mejor ingrese a gestosparanada.wordpress.com

Saludos

lunes, 6 de junio de 2011

VIGÉSIMO GESTO: ¡VOILÁ!


Esta semana decidí desbloquear mis tweets. Y hoy 6 de junio decido hacer público, con nombre propio y todo, mi blog.

Me llamo Mariana Quevedo Vallejo. Tengo 25 años y soy politóloga. Escribo porque me da la gana y cuando me da la gana. Y tengo el firme propósito de perderle el miedo al escarnio público y a lo que la gente piense de mí.

Alguna vez, una persona me dijo que yo me tomaba muy en serio. Y sí. Creo que tenía razón. De repente me da un poco de miedo perder la imágen de "Miss Perfect" que me dieron entre el colegio de monjas y las buenas notas en la Universidad. Ahí tienen pues, esta sarta de estupideces que escribo para que nadie lea.

A lo mejor esto, me ayuda a escribir más a menudo.

domingo, 27 de marzo de 2011

DÉCIMO NOVENO GESTO: Doña Bertica

Y recordando a mis padres en la historia universal del teatro, los griegos, que decían es bueno que de tanto en tanto las sociedades hagan catarsis llorando y llorando hasta tocar fondo para extraer lo mejor de uno mismo.
-Susana Rinaldi. Carta a Julio Cortázar.


El nombre de este gesto no dice nada. Para explicarlo tengo que hablar de nuevo de mi familia. Mi abuela, muy ella, derrama lágrimas porque sí, porque no y porque también. Si uno llega a visitarla y ella no lo esperaba, lágrima. Si habla con uno por teléfono, lágrima. Si uno no tiene trabajo, lágrima. Si uno se va, lágrima. Si uno le cuenta un chiste, lágrima. Si a uno le pasan cosas buenas, lágrima. Si pasan cosas malas, lágrima. No tengo muy claro quién exactamente quién es Doña Bertica, me imagino que es un personaje que llora mucho, porque cuando mi abuela derrama lágrimas, mi papá (muy él) le dice "Doña Bertica".

Las lágrimas de mi abuela (como todo lo que ella hace, ha hecho y hará) han dejado una huella muy grande en mi familia. Todos, hombres y mujeres, derramamos lágrimas tan fácilmente que cuando una persona empieza, los otros sin saber por qué está llorando, automáticamente lo seguimos.

Yo particularmente lloro por todo. De alegría, de rabia, de desespero, de tristeza, de angustia, de estrés, de nada. Hay días en que empieza a dolerme la garganta y ¡voilá! las lágrimas empiezan a salir. Para mí las lágrimas salen desde la garganta. Es extraño pero así funciona.

Ser lágrima fácil me ha traído problemas: a veces no puedo hablar en reuniones porque ya tengo la lágrima de José Miel tejiéndose en mi garganta y si respiro más de la cuenta para hablar, mágicamente empiezan a correr por mi cara y hago el ridículo. Casi nunca puedo controlarlas. Mi papá varias veces me ha dicho "hablamos, pero sin llorar" y yo simplemente no puedo.

En mis relaciones personales es aún peor. Siempre, siempre, sin excepción me dicen que no llore. Lo que no saben es que simplemente NO PUEDO. No es que esté muriendo de la infinita tristeza, o que me estén haciendo daño, o que tenga mucha rabia. NO. Es que hay temas que me sacan las lágrimas porque sí. Un día lloré hablando de Café (sí, la telenovela, ¡mal!). Los temas no tienen que ser profundos o importantes como ven. Solo lloro porque a mí llorar como que me desahoga, y si se han sumado factores que me dan ganas de llorar y no he llorado en el momento apropiado, peor. Lloro y lloro como una Magdalena (¿la Magdalena lloraba? tampoco sé) y sé que quien esté conmigo se siente incómodo pero juro que no soy capaz de controlarlo, es como un pequeño ser que llevo adentro que me hace llorar cuando a él le da la gana.

domingo, 13 de marzo de 2011

DÉCIMO OCTAVO GESTO: El domingo

-No day but today.
Johan Larson.

Los domingos siempre han sido días difíciles. Un domingo si no hay nada para hacer, mal. Si hay que trabajar, mal. Si hace sol, mal. Si llueve, peor. La angustia de domingo es un mal que aqueja a la gran mayoría de las personas, sin mucha discriminación.

Mi papá, en una metáfora que siempre me ha parecido curiosilla, decía que el para él el pitazo del árbitro dando por finalizado el fútbol de domingo, significaba el comienzo de la agenda del lunes. A mí la angustia de domingo siempre me ha aquejado (¡ni más faltaba!) pero hoy tomó dimensiones muy considerables. Los cuestionamientos llegaron muy muy lejos.

La angustia de hoy no es por no tener nada que hacer, ni mucho que hacer, ni porque llueva, ni porque haga sol. La angustia de hoy es porque el domingo se va a acabar y va a dar paso al lunes de la que probablemente será una de las semanas más difíciles de mi vida. Y seguro que me estoy sobreactuando como siempre. Pero es que cuando uno tiene un trabajo de mierda...

Los problemas empezaron hace siete años. Un día abrí los ojos para darme cuenta de que había abandonado la idea de ser artista para vivir la vida simple del profesional en ciencias sociales. Como todavía me creía muy alterna para estudiar derecho, entonces me decidí a estudiar ciencia política (la verdad no tenía ni media idea de qué se trataba o con qué se comía). Empaqué maletas y me vine a la capital. Entré a una Universidad prestigiosa y de pronto me di cuenta de que si bien todavía no sabía con qué se comía, la ciencia política me salía muy fácil. Como por ósmosis. Estudié. No voy a decir que no. Me esforcé y cinco años después me gradué con un cartón que decía en letra elegante: POLITÓLOGA (seguía sin saber de qué se trataba). Y entonces una serie acontecimientos sin importancia, se convirtió en el motivo de todos mis dolores de cabeza.

De pronto, otro día abrí los ojos. Ya no por cuenta propia, sino por causa de un despertador. En piloto automático, me metí a la ducha y cuando salí, me di cuenta de que no podía ponerme jeans y que tenía que dejar mi chaqueta de cuero para el viernes. Y que no había tiempo ni pa café. Y que tenía que meter a mi pelo crespo en cintura de alguna manera. Seguí en piloto automático. Llegué a una oficina en donde mi cartera tuvo que pasar por dos cordones de seguridad. Subí y me senté en mi puesto. Y era tan familiar. Había papeles con mi letra por todos lados. Y tenía un listado enorme de cosas por hacer. Y entonces todo fue muy claro: TENGO UN TRABAJO DE MIERDA.

Se me olvidó que quería cambiar el mundo. Se me olvidó que quería escribir. Se me olvidó que quería ser libre. Se me olvidó que odiaba las oficinas. Se me olvidó que quería tener mi propio parche. Se me olvidó que a mí nadie me grita. Se me olvidó que yo soy muy inteligente como para estar escribiendo cartas. Se me olvidó que quería leer. Se me olvidó todo.

Este fin de semana hizo un mes de esta revelación. Y yo todavía no he hecho nada. Lo único que he hecho es estar tirada en esta cama, todo el domingo, mirando pasar el tiempo y tratando de disfrutar cada minuto que tengo antes de tenerme que volver a poner el disfraz de politóloga, ahora más que nunca ignoro eso qué significa.

lunes, 24 de enero de 2011

DÉCIMO SÉPTIMO GESTO: bloqueo

A writer is somebody for whom writing is more difficult than it is for other people.
-Thomas Mann


Pues si señores. Se me olvidó escribir. Tengo la cabeza vacía. No encuentro tema. No hay nada que me haga sentir que el pecho me va a explotar si no lo pongo en palabras o lo publico. Últimamente no tengo muchos tweets, ni muchas palabras para conversar. No tengo nada en la cabeza... ¡Nada!

Entonces alguien me recomendó escribir sobre el bloqueo. Empecé. En una hoja de papel (a veces se me facilita más el asunto en la posición tradicional) me dispuse a escribir sobre no tener nada para escribir. El resultado: una nueva lista de odios y repugnancias que acá va.

Primero. La gente que escribe sin tener nada qué decir. Como era de esperarse el ejercicio me empezó a producir odio. Odio porque así es que se llega a los escritos baratos. No tener nada para decir, aumenta el factor de riesgo de empezar a poner palabras en un papel sin tener ideas que las hilen. Me explico. Creería yo que la gran mayoría de los poetas de nuestro tiempo (mediocres, ordinarios, facilistas) hacen listas de palabras que suenan muy intelectuales. Ejemplo. Noche, placer, miedo, rojo, misterio. Sacan una que otra preposición (mal usada) de aquí y de allá, y ¡voilá! poesía maravillosa para recitarle a las niñas imbéciles que van por el mundo buscando poetas que les resuelvan sus asuntos pendientes con el sexo opuesto.

Segundo. Los jipis de boina tejida. Aclaro que son los de boina tejida, porque no todos los jipis me caen mal. Estos personajes se sientan en el suelo, huelen a incienso, se ponen boina tejida a la menor señal de frío, si fuman, es piel roja sin filtro por aparentar (ensayan mucho en sus casas para no ahogarse), pero puede que no fumen, porque el cigarrillo es químico y da cáncer. La marihuana por el contrario resulta muy saludable y su humo seguramente no daña los pulmones. Toman vino caliente y cantan Pablo Milanés a todo taco, quieren ir de vacaciones a Buenos Aires y conseguir un ser amado bonaerense con el mismo aire "bohemio" que ellos quisieran proyectar. Lo más grave de estos seres, es que a pesar de dárselas de libres y de liberales en general, son muy prejuiciosos, juzgan a quien no vive como ellos, se llevan por delante a quienes no tienen sus mismas ideas. Es aún más grave que escasamente son genuinos, la pose les dura hasta el siguiente lunes, cuando se tienen que devolver a ser gente decente, poniéndose saco y corbata para asumir sus labores de abogados o ingenieros. Mal. Muy mal.

Tercero. La sociedad del mutuo elogio. En la entrada pasada pensé en criticar de frente algo que sucedió en Medellín. No lo hice, no por respeto, sino por pereza de enfrascarme en una discusión bizantina acerca de mi supuesto odio hacia todo y todos en la ciudad. Ya ni siquiera me interesa aclarar que yo amo mi ciudad, creo que en la entrada anterior quedó bastante claro lo que siento. Lo que sí odio es este fenómeno que, aunque no estoy diciendo que es exclusivo de Medellín (¡Ni más faltaba por Dios!), si encuentro unos ejemplos bastante ilustrativos para este odio. (Ojo: los nombres y ejemplos usados en este blog no tienen nada que ver con la vida real). Ejemplo 1. En Medellín hay una empresa. La empresa monopoliza un mercado. En la empresa trabajan los novios, amigos, primos, sobrinos, familiares, amantes de otras empresas similares de la ciudad (mismo círculo para ser más claros). La empresa hace un producto. El producto es una mierda. Nadie es capaz de criticarlo. La gente en general no habla de él. Y los novios, amigos, primos, sobrinos, familiares y amantes de los responsables de semejante porquería, se alegran y postean el producto en facebook. Se sienten muy orgullosos. Nadie, nadie es capaz de decirle a los autores intelectuales y materiales que su producto es malo. Todo el mundo lo piensa y se lo calla.

Me tiene un poco sin cuidado el mal gusto que tiene esta gente del ejemplo. No es eso. Es que no se puede progresar si todo el tiempo se dicen los unos a los otros lo chimbas que son sus productos. Piense usted, amable lector ¿cuántas veces ha dicho "¡qué buen producto!" cuando en realidad lo que pensó fue "¡qué mierda de producto!"? ¿Por qué será tan difícil decir la verdad cuando se trata de trabajo? ¿No se supone que los "amigos" se dicen las cosas tal como son?

El bloqueo me abandonó hasta este punto. Y si piensa que esta entrada es una mierda, está en todo su derecho de decírmelo si me conoce y si no me conoce, deje su comentario.

lunes, 1 de noviembre de 2010

DÉCIMO SEXTO GESTO: ¡Feliz cumpleaños, Medellín!

"...Porque si seguimos bajo este modelo mental, no alcanzarán los árboles que quedan para hacer los ataúdes de todos los delincuentes que todavía faltan por nacer."
-William Ospina. El viejo remedio.

Hace algunos años me fui de Medellín. Salí a estudiar y el regreso se me embolató un poco. Seis años para ser exactos. En este tiempo estando lejos han pasado muchas cosas: entré a la universidad y salí politóloga, ahora trabajo en cosas serias; los amigos han ido y venido, y ahora cada vez tengo menos en casa; he visto cambiar a mi ciudad, la he visto transformarse en una ciudad más bonita, más limpia y aparentemente, menos violenta.

Cuando me fui, había cosas que me molestaban profundamente. Pendejadas. Cosas a las que ahora no les pongo tanta atención. Sin embargo, hoy hay otras cosas que me molestan, cosas que me perturban mucho más y que espero con todo mi corazón que nunca me vayan a parecer pendejadas.

Medellín todavía es una ciudad muy violenta. Todavía mi gente se mata en las esquinas. Todavía hay muertos en las aceras y balaceras en las noches. La gente joven todavía compra armas para asesinar a otra gente joven. Lo más grave de todo, es que en Medellín esto parece no importarle a nadie. Los paisas somos regionalistas, es cierto. Pero a riesgo de sonar cansona, yo digo que es cuando nos conviene. Mientras nos dicen que nuestra ciudad es lo mejor, sonreímos de oreja a oreja y nos llenamos la boca de cosas hermosas. Pero si nos preguntan por las cosas que están pasando en casa, por los muertos, los toques de queda, las pandillas o los combos, bajamos (ojo que me incluyo) la cabeza y negamos saber algo. Claro, como esas cosas no salen en El Colombiano...

Pero sí señores. En la ciudad de la eterna primavera la gente se está matando. En el mejor clima del mundo, hay una generación exterminándose sistemáticamente a sí misma. Creo que como los alcohólicos o los drogadictos nos tocará decir que reconocerlo es el primer paso. Nos tocará aceptar que aunque hemos hecho esfuerzos sobrehumanos por destruir los estigmas de la ciudad (cosa que encuentro maravillosa, no faltaba más), la herencia de nuestra violencia pasada está acabando con un sector de nuestra ciudad. Nos tocara, señores, dejarnos de hacer los de la vista gorda. Porque hasta ahora decir que Medellín es el mejor vividero del mundo no nos ha servido de mucho.

La alegría del cumpleaños de mi ciudad, está empañada por tanta sangre. ¡Feliz cumpleaños, Medellín! Mi deseo con la velita es que ojalá en algún momento de la celebración nos quede tiempo para pensar qué hacer con vos y para reflexionar que tanta alharaca por tu cumpleaños sirve muy poco para que no sigamos reproduciendo las cadenas de violencia que han hecho que vos, la mejor ciudad del mundo, seás para muchos el valle de la muerte.

lunes, 25 de octubre de 2010

DÉCIMO QUINTO GESTO: Del amor fantasma (o la segunda parte de los mil ojos de argos)

Que aunque parezca extraño
Te quiero devorar.
-Tu silencio. Bebe.

El otro día buscando verdades para explicar mis angustias, tuve una revelación: para poder escribir necesito un amor frustrado. Generalmente, las verdades tienen la función de dejarlo a uno más tranquilo, pues explican bien toda una serie de cosas que uno tiene adentro. Pensé que mi amor frustrado, me lo había inventado como recurso para escribir. Un poco a manera de (aunque odio profundamente la expresión porque me parece mañé) "musa". Pasaron varios días. Días en los que respiré más tranquila y escribí muchísimo.

Después hablé con un amigo que había leído la primera parte de los mil ojos de argos. "¡Claro!" me dijo, "el concepto del amor fantasma es perfecto". Me emocioné mucho. Hablamos por horas del amor fantasma. Teorizamos al respecto de la sensación de posibilidad. Le dimos características al amor fantasma. Concluimos muchas cosas, entre ellas una muy importante: el amor fantasma no es fantasma porque se haya muerto. El amor fantasma, es fantasma porque todavía no ha sido visto. Entonces, quedé aun más tranquila. Estaba feliz con mi amor fantasma que me servía para escribir.

¡Pobre pendeja! yo dándomelas de escritora. Yo creyendo que todo vale la pena, si de eso ha de salir un buen texto. Yo haciéndome el pajazo mental de que nada importa, de que en realidad el corazón lo tengo roto para poder escribir, de que oigo canciones hasta la saciedad sólo para alimentar mi amor fantasma, y sentarme a poner palabras en algún papel. Tan ingenua que soy: si escribir siempre he podido. Y a quien engaño, cuando perfectamente sé que si me dijeran que mi amor fantasma se materializará un segundo, a cambio de nunca volver a escribir (si, así como la Sirenita), sin pensarlo dos veces, lo haría. Mandaría todo al carajo y me iría detrás de él.

De todas maneras, al menos por ahora, con el fantasma me conformo.