domingo, 17 de octubre de 2010

DÉCIMO TERCER GESTO: De la normalidad

Nobody realizes that some people expend tremendous energy merely to be normal.
-Albert Camus.

He descubierto que actuar como un ser humano normal, no es tan fácil. Como todo, ha sido bien importante para mí ser diferente. Y no es que me crea alterna, ni muy rara, ni nada de esas pendejadas. Es que para mí es importante cuestionar las convenciones sociales, vivir de acuerdo a las que encuentro útiles y mandar al carajo las que no.

El otro día hablaba con alguien. Me dijo "deberías hacer un ejercicio de normalidad". Lo hice. Respeté las reglas de las buenas costumbres, tuve comportamientos dignos de mi mamá (en entradas anteriores he dicho que mi mamá es un estandarte de las buenas costumbres), fui madura, seria, responsable, entre otras cosas que me costaron muchísimo esfuerzo.

Evidentemente el ejercicio no duró mucho. Pero logré concluirlo como una princesa. Salí airosa de los dos días y medio en los que me propuse ser una señorita de bien. Ahora que se acaba el ejercicio y puedo volver a ser yo, he podido llegar a unas conclusiones que encuentro bien esperanzadoras.

Primero, las "buenas costumbres" son para cobardes. ¿Qué puede tener de bueno sonreír cuando uno no quiere, o saludar y ser efusivo cuando no le nace, o reprimirse de hacer lo que uno quiere?. Según lo que me ha enseñado la vida eso es hipocresía, falsedad de la más ruin. Prefiero mil veces pasar por maleducada, por petulante, por inmadura, por lo que sea, que volver a hacer buena cara cuando lo que tengo es unas ganas incontrolables de salir corriendo.

Segundo, la gente que se cree muy normal vive muy maluco. Caer en esos juegos de hipocresía mencionados anteriormente, hace que la gente que supuestamente es muy normal, cuando se toma dos tragos o altera sus sentidos un poco, vuelva a ser "anormal" y entonces vienen los ataques de honestidad y los problemas al otro día. Cuando se llevan las manos a la cabeza y le quieren pedir perdón a todo el mundo.

Tercero, la normalidad es muy aburrida. Rasgar vestiduras y actuar por impulso e instinto, hace parte de la vida. La hace más interesante, más bonita, facilita respirar, hablar, sonreír. Cuando uno guarda todos sus sentimientos, impulsos e instintos en virtud de la normalidad, se le pierden. Después uno va a buscarlos y se le olvida dónde los guardó. Y si nunca logra encontrarlos, entonces llega la desgracia. Y me refiero a la desgracia en su cuarta acepción: pérdida de gracia. Cuando una persona pierde sus instintos o impulsos o sentimientos, pierde su gracia. Y entonces deja de ser tan interesante. Pierde su humanidad un poco.

Así pues, con estas tres conclusiones vuelvo a estar tranquila. No porque sea muy diferente o muy anormal, sino porque vivo como me da la gana, de acuerdo a lo que me da la gana, pero sobretodo porque vivo con todas las ganas de las que soy capaz, con todos los problemas que eso pueda traerme.

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